Si había algo capaz de preocupar a Rosario a finales del siglo XIX y primeros años del siglo XX era la convicción de los vecinos –sobre todos los que habitaban en la por entonces mas reducida zona céntrica de la ciudad- de que estaban asistiendo al nacimiento y crecimiento de una actividad que, si bien era también un comercio como cualquiera de los que habían hecho o hacían la riqueza de muchos rosarinos, no la consideraban digna de ser amparada ni permitida: la prostitución.
Pero pocos suponían que la llamada mala vida iba a quedar fijada en la historia de la ciudad a través no solo de la investigación de su desarrollo sino por la dimensión que alcanzara y las proporciones de una actividad que incluso llegaría a tener barrio propio, el de Pichincha, aledaño a la estación Sunchales, sobre el que aún a mas de seis décadas de su decadencia se sigue acuñando las mas diversas historias y rebuscando los mas variados testimonios y documentos.
Si bien ninguna de aquellas anónimas mujeres alcanzaría el rango de «cortesanas» (que merecían en su mezcla de artistas y hetarias, cortejadas por ricos caballeros e incluso por mas de un noble de altísima alcurnia, incluso la realeza, mujeres como Cleo de Merdore o Carolina Otero que pasaría a la historia como La Bella Otero), aquella saga prostibularia rosarina dejaría inscriptos nombres que como el de Madame Safo forman parte ya e una mitología urbana cada vez mas brumosa pero no por ello menos digna de ser recordada. Aunque –lamentablemente- no existan testimonios fotográficos ni de aquellas mujeres ni de aquellos locales donde la mala vida rosarina se desarrollara entre 1900 y 1930.
Ya en las décadas finales del siglo XIX se constaba la presencia de prostitutas clandestinas –infractoras de la Ordenanza Nº 32- de 1974, que reglamentaba por primera vez en la ciudad la actividad de las conocidas como casas de tolerancia, que alcanzaban por entonces al medio centenar y trabajaban sin ningún control y ni autorización en esos locales, de los que se ha resguardado apenas el pintoresco o peculiar apodo de sus propietarias o encargadas, todas ellas exponentes de una ocupación que alcanzaría luego vital importancia en el engranaje del mundillo de prostíbulos, prostitutas y rufianes de toda laya: las de las madamas o regentas de los popularmente conocidos como quilombos.
Un informe municipal elevado al Concejo Deliberante en 1887 menciona a alguna de las dueñas de lenocinios rosarinos: Rosa, la correntina; Amelia la paraguaya, Ana la catalana y dos conocidas como La china renga y la vieja María, antecesoras anónimas o poco menos todas ellas de la después famosa Madame Safo, en el esplendor de Pichincha o Madame France, en la época del apogeo prostibulario de la sección cuarta.
En 1986 los informes municipales señalaban la existencia de 61 casas de tolerancia, mayoritariamente emplazadas en sectores donde se habían instalado fábricas y talleres diversos, establecimientos con importante cantidad de personal masculino. Es lo que ocurría en las calles Güemes, Brown, Jujuy, etc desde Independencia (Presidente Roca) al Boulevard Santafecino, luego Oroño.
En ese período finisecular –consigna Ada Lattuca- «la nacionalidad de propietarias y gerentes era habitualmente de extracción foránea» apuntando una serie de mujeres cuyos apellidos denunciaban ese origen extranjero: Rosemberg, Holsmann, Salman, Griener, Jacovich, Steimberg, Horstein; Schwartz, Bades, «así como de nacionalidad polaca o francesa fueron en su mayoría las pupilas de las mencionadas casas»
Los pedidos vecinales motorizados además por la moral de una sociedad con iguales dosis de hipocresía que de respeto a las instituciones como la familia o la religión, hicieron que en la última década del siglo XIX se concretaran tres normas referidas a la reglamentación de la prostitución en la ciudad; ka de 1887, una de 1892 y la Ordenanza 27 del 16 de diciembre de 1900, la que con mayor precisión y puntualidad encararía hasta ese momento el delicado tema.
Una de las razones más sólidas y valederas del aumento del comercio de la carne (mas allá hacinamiento y la promiscuidad que trajera consigo el conventillo, que iba de la mano de la inmigración y el consecuente crecimiento demográfico) esta dado por las organizaciones de tratantes de blancas, cuyo papel sería duda fundamental en las décadas inmediatamente posteriores.
La Sociedad Varsovia y sobre todo su continuadora la Zwi Migdal después serían junto con la Sociedad Asquenasun, las que monopolizarían el manejo del negocio en la Argentina, bajo la inocente apariencia de entidades de ayuda mutua entre residentes polacos, judíos o franceses, cuya cara oculta no era otra cosa que la explotación de mujeres en prostíbulos perfectamente organizados.
El florecimiento prostibulario, que se produjo a partir de 1900, con la reglamentación de la actividad, fue notorio también en el hecho de que los rosarinos asistieran –algunos escandalizados, otros regocijados– a la novedad que constituía la construcción de edificios especialmente destinados a un uso tan peculiar como lo era el de escenario para hacer el amor con tarifa y tiempo determinado…
Contemporáneos más o menos inmediatos serían asimismo los cafes con camareras, que comenzaron a funcionar en los finales del siglo XIX, atendidos en general por mujeres que ya habían hecho su experiencia prostibularia en alguna de las casas de tolerancia, con la complicidad de algunos notables de la ciudad. El dueño del Café Viena, a comienzos del siglo XX se quejaba con amargura a la Municipalidad sobre la desleal competencia de estos locales, deslizando de paso una denuncia nada desdeñable: la de la conexión de ciertos apellidos del Rosario con el mundo de la mala vida.
De Buenos Aires a la 4ta.
Pero ¿cómo llegaban a Rosario aquellas mujeres para ser condenadas a una vida aberrante de la que difícilmente podían liberarse? Los tratantes de blancas establecían, a través de este tipo de organizaciones, un verdadero puente marítimo entre Europa y la Argentina, conformando lo que el periodista Albert Londres llamara el camino de Buenos Aires. A través de él, experimentados “especialistas” viajaban sobre todo a Polonia, en busca de lo que ellos llamaban “mercadería joven”, la que ingresaría después a los cientos de prostíbulos manejados por la Sociedad Varsovia primero y por la poderosa Zwi Migdal después.
Eran los pequeños poblados habitados mayoritariamente por judíos en los alrededores de Varsovia; de Lodz, en Cracovia; Bieltz, etc., los que contribuían mejor al reclutamiento de jóvenes muchachas, empujadas a ello por la miseria y la marginación a que estaba condenada la colectividad. Un riguroso contrato entre los padres (para los que el casamiento de una hija, en una familia generalmente numerosa, era una solución y un alivio) y el emisario de los rufianes –acuerdo que por lo demás era discutido arduamente– concluía por sellar el destino de la infortunada.
El puerto de Montevideo –que tenía también su zona prostibularia en el Bajo, con una calle tan emblemática como la Pichincha –la calle Yerbal–, era el punto de arribo elegido porque permitía eludir posibles problemas con las autoridades argentinas de inmigración, y las mujeres eran ingresadas al país por la provincia de Entre Ríos, previo cruce del río Uruguay, en operaciones perfectamente organizadas y coordinadas por las organizaciones de tratantes. Aquellas muchachas que venían con la ilusión de un viaje de bodas (el anzuelo del casamiento era exhibido como argumento decisivo por el agente de los rufianes para convencer a los familiares y a la propia víctima, con la que tenía absolutamente prohibido, por cierto, intimar sexualmente durante la larga travesía oceánica) continuaban su triste periplo hasta llegar a la Capital Federal.
Una vez en Buenos Aires, la odisea de las pobres mujeres tenía una conclusión aún más degradante: su remate ante la cofradía de rufianes. Estas ceremonias, dignas de una página de Roberto Arlt, se llevaban a cabo en el llamado Teatro Alcázar de la calle Suipacha porteña, o en el Café Parisien, de Billinghurst y Avenida Alvear, al que algunos suponen también de propiedad de la Varsovia.
El Hospital de Caridad primero, y la Asistencia Pública luego serían los lugares en los que las llamadas mujeres de la mala vida eran obligadas a realizar la revisación médica de rigor, inicialmente efectuada en el llamado Sifilicomio Municipal, habilitado en 1888 para esos saludables fines. Los años que corren entre 1910 y 1915 son testigos del florecimiento de un área prostibularia por excelencia: la sección 4ta de la ciudad, a mitad de camino entre el estricto radio céntrico y la estación Sunchales, después conocida como Rosario Norte. Los quilombos comienzan entonces a poblar ese barrio comprendido entre las calles Alvear y Presidente Roca desde Urquiza hasta el extenso y sombrío paredón del Ferrocarril Central Argentino, en Avenida Wheelright, donde hacían su agosto las prostitutas no registradas, de menor tarifa y mayor peligrosidad para la salud de sus arriesgados clientes y frecuentadores, y donde el Mercado Modelo sería una presencia importante para la actividad cotidiana de la zona.
Aquella sección, la cuarta a secas, era considerada un real paraíso prostibulario por los rosarinos de principios de siglo, clientes de esos lugares donde su impunidad y privacidad estaban garantizadas por la presencia de muchos otros ciudadanos expectables (comerciantes, profesionales, políticos, bolsistas) que iban también, aún eventualmente, en busca de un turno de placer pago. Allí se sucedían, como luego en Pichincha, los quilombos muñidos de farolito rojo, los bodegones, los comederos, peringundines y timbas varias, que habrían sin zozobra ante la impasibilidad de la policía.
Algunas campañas moralizadoras, como la que emprendiera en 1913 el intendente Oscar Meyer, en procura de la implementación de mayores controles en el tema de la prostitución, encontraron apoyo en algunos sectores pero también se ganaban una que otra rima humorística como la que le dedicara Monos y Monedas ese año: “Una campaña moral/ llena el ambiente local/ a instancias del Intendente:/ hoy la va contra la gente que hace comercio carnal./ Combatir las clandestinas,/ deportar al celestino,/ es obra del Intendente,/ y esperamos francamente/ que proceda con buen tino…”
Los prostíbulos de la 4ta tenían sus diferencias: los había de real lujo por su ornamentación y “servicios” a los clientes, que era de todas las edades, condición social y procedencia, como los de Madame France, en Balcarce 42; el prostíbulo de Cora, en Boulevard Oroño 187; el de la francesa María Luisa, en Jujuy al 2000, con una tarifa de 5 pesos, que era prohibitiva para un gran sector del público masculino, o el llamado París y Londres, en Brown y Balcarce.
Pero la sección también ofrecía posibilidades accesibles con algunos quilombos más o menos legales que podían satisfacer a usuarios no demasiado refinados, como los clandestinos de Sandalio Alegría, el de un propietario cuyo nombre real quedó eclipsado para siempre por su fantástico alias de El Gaucho Pobre y por su desplazamiento por las calles del barrio montado airosamente en… una bicicleta, o el prostíbulo conocido como Stud El Piojo, que pese a su denominación atraía su abundante clientela cotidiana. En la zona de Avenida Wheelright y su continuación como calle Rivadavia, una serie de bares y cafetines con nombres ingleses se sucedían a la altura del 1900 al 2300 y en ellos también era posible entablar algún rápido negocio sexual con las decenas de prostitutas clandestinas que hacían guardia en paciente espera de sus clientes.
Cuando la zona prostibularia se traslada al barrio lindero de Pichincha, alrededor de 1915, la 4ta perdió muchos de sus visitantes asiduos, aun cuando siguieran funcionando a pleno los clandestinos de lujo, frecuentados en forma habitual por los muchachos bien de la sociedad rosarina, como ocurría contemporáneamente en Buenos Aires. La sección mantendría sin embargo su oscura tradición hasta muy entrada la década del 30 y por mucho tiempo, entre 1920 u 1930, sus calles seguirían siendo escenario del ajetreo propio de ese tipo de barrios, dominados por guapos como el Paisano Díaz, llamado en realidad Venancio Pascual Salinas y que se impondría también en Pichincha, o su cofrade el Cara de Madera.
El esplendor de Pichincha
Enérgicas medidas de saneamiento urbano emprendidas por el dinámico intendente Lamas a comienzos de siglo adecentando zonas como la comprendida entonces por las calles La Plata (a partir de 1915 designada como Ovidio Lagos) y Boulevard Timbres (desde 1904 Avenida Francia) Salta y Güemes, dejándolas aptas para la radicación de viviendas y el consecuente progreso que ello implica. Lo que fuera un enredo de ranchitos, caballos, perros y pastizales bravíos como los llamados Ranchos de Pereyra, en Güemes y Suipacha o La Ciudad Perdida, que detrás de su poético nombre encubría un verdadero dédalo de callecitas de tierra y viviendas pobres, en Vera Mujica y Brown, quedaría como sector marginal de un nuevo barrio en el que campearían los prostíbulos: el barrio Pichincha.
Entre 1931 y 1915 un batallón de trabajadores de oficios diversos, desde albañiles a carpinteros y desde electricistas a plomeros, decoradores y fontaneros, tomarían parte de la construcción del nuevo barrio. Los prostíbulos de Pichincha contarían con sus carteles o con un nombre (lo que no ocurría en la 4ta.) que lo identificarían para siempre. Así en calle Suipacha, en la cuadra que va desde salta a Jujuy se sucedían tres: el Marconi o Carlos Drago, por el apellido de su propietario o testaferro; el Royal y a su lado El Gato Negro, llamado primeramente Torino. Un quilombo de existencia fugaz el Tripolitano, en Güemes entre Pichincha y Suipacha; el Moulin Rouge y el Internacional, en Jujuy entre Suipacha y Pichincha; el España en calle Suipacha y el Elegante en Pichincha y Jujuy, eran otros prostíbulos concurridos en el apretado radio que comprendía ese efímero imperio de pupilas y rufianes.
En esa conjunción de perfumes, luces, penetrante olor a permangato (utilizado para la higiene sexual previa de los clientes) tufo de comidas y ruidos diversos, todos encontraban alguna manera de satisfacer su ansiedad sexual, que era en última instancia el motivo principal de la presencia de tantos hombres en la zona. Para los que apenas llegaban a juntar un peso, Pichincha tenía también sus prostíbulos con nombre. el Venecia en Brown entre Pichincha y Suipacha, y el Sevilla, en Pichincha entre Brown y Güemes.
De esa galería de locales han quedado incólumes los nombres de algunos de los mas famosos: el Petit TRianon, con sus bancos blancos en los patios interiores y la pintura de una abundosa dama desnuda, de espaldas, apoyada en una bicicleta, en Pichincha entre Jujuy y Brown, en la misma cuadra y vereda de dos de sus competidores: el Chantecler que seguía la tradición de los nombres franceses y el Italia. De parecida y heterogénea clientela eran sus vecinos cercanos, el Armenonville, el Charleston, el Chabanée, el Gloria, el Norteamericano y especialmente el Mina de Oro, uno de los mas populares y concurridos y también uno de los que contaba con mayor numero de mujeres.
La mitología de Madame Safo
La leyenda de Pichincha está intimamente ligada son embargo a la larga fama de uno de aquellos prostíbulos, que tipificó en cierta medida la mala vida rosarina hasta 1930, cuando comienza a derrumbarse el poder de los rufianes y de las asociaciones de tratantes de blancas: el Madame Safo. No debe sorprender entonces que tanto sobre el lugar como sobre su responsable femenina –acerca de cuya identidad y destino ulterior no se conocen pistas verificables- se hayan escrito cosas como esta, aparecida en el diario Rosario Gráfico, de Caffaro Rossi en abril de 1932: «Fingida o real, local o internacional, Madame Safo es la mujer con mas aureola con que cuenta Rosario, la que primero martillea en la mente al desembarcar por Sunchales. Y ella quedará como no ha quedado todavía ningún artista, ningun literato, ningun hombre de negocios. En Retiro los familiares de quienes viajan con destino a Rosario soplan al oido de estos frases de sonoridad voluptuosa: ¡Cuidado con la Safo! ¿Van a visitar a la Safo?
El madame Safo tenía, además de sus características arquitectónicas mucho mas notorias que locales semejantes, un aura selectiva que constituía parte de su fama y que dejaba inexorablemente afuera a quienes por su condición social o su indumentaria, no garantizaran el pago de los 5 pesos de rigor o apareciesen como eventuales promotores de incidentes que desentonaran con el «buen tono» del lugar. El prostíbulo a cuyo frente se encontraba un probable testaferro de apellido Malesta y su mujer o pareja –a la que se identificaban con la madame del nombre del local– incluía en su plantel a una veintena de mujeres, numero que algunos elevan a treinta, todas ostensiblemente jóvenes, de cuidada apariencia y vestuario, que condecía con las habitaciones, tapizadas de gobelinos y alfombras, con espejos en techos y paredes.
Las anécdotas sobre Madame Safo no tienen fin, pero de todas ellas, aun de las mas sospechables de la exageración, se desprende que se trataba de algo mas lujoso, concurrido por gente que podía permitirse el pago habitual de los 5 pesos que demandaba el comercio sexual, pero además de los otros tantos pesos o mas que resultaban de las juergas, comidas y libaciones que podían satisfacerse en el lugar o en los numerosos restaurantes, bares, fondas y peringundines de toda laya que abundan en la zona, desde parrilas como la mítica La Carmelita, de La Plata y Jujuy; a La Chiquita o El Infierno y desde El Simpático o El Forastero, en Jujuy y Suipacha a La Gran Siete o La Flor de Andalucía, donde reinaban bulerías y soleares a granel. En la esquina S.O de Pichincha y Jujuy el Varieté de Doña Julia, eventualmente devenido en cine en ocasiones, constituía un atractivo adicional tan concurrido como la timba de Padro Mendoza, en Pichincha entre Güemes y Brown, paraísos del siete y medio o el monte criollo, o el Teatro Casino, paraíso del burlesco y de la competencia entre actores, actrices y publico en materia de obscenidades.
Una denuncia hecha en Buenos Aires por una prostituta que decidió abandonar esa vida de sumisión y degradación, Raquel Liberman, polaca llegada al país en 1924, desataría una investigación que, con sus contratiempos –generados por el poder económico de los tratantes de blancas– terminaría por derrumbar a la Zwi Migdal y su organización y en Rosario, ya en 1933, a los prostíbulos de Pichincha, que iniciarían un periplo de marginación primero en San Fernando, actual Granadero Baigorria y en Villa Diego después, hasta desaparecer junto con la prostitución legalizada.
Los paseos de las pupilas los días lunes, haciendo sus compras; el regreso de las mismas de su revisación médica, en grupos femeninos que llamaban la atención de los hombres a su paso y la censura de muchas de su mismo sexo; el clima pesado de los quilombos, con su mezcla de olores diversos, los boliches humosos con sus cantores y sus payadores; las figuras hieráticas o grotescas de los panzones vigilando el «negocio» de sus mujeres, la romería nocturna por las iluminadas calles del barrio, aquella parafernalia divertida y pintoresca en medio de un mundillo de aberración y explotación de la dignidad de la mujer; toda aquella fastuosidad casi chirriguresca de Pichincha había dado paso, con los modestos quilombos de extramuros de su ocaso; a una humilde supervivencia que tenía –seguramente– mas de triste que de excitante.
Autor del artículo:
Rafael Oscar Ielpi en Colección Vida Cotidiana (1900 – 1930) – Fascículo 12: Los avatares de la mala vida. (Transcripción completa) Rosario – Argentina.
Interesante relato, lo leí con mucho interés. No soy del barrio pero conozco gente de ahí, y sé muy bien lo orgulloso que son de su pequeña república y de lo que padecen con los boliches. Interesante propuestar.
El barrio Pichincha como barrio prostibulario se instaló a partir de 1913 y las últimas casas se trasladaron a principios de 1914.La demarcación del barrio tenía que ver con una propuesta de 1911, que por un decreto de 1912, y absolutamente diferente al anterior quedó en suspenso. Malatesta, aparece en las fuentes policiales como encargado del París no del mal llamado Safo. Hay varias regentas del “Safo” de Pichincha 68 bis,los nombres figuran en la documentación municipal, porque la prostitución era por entonces un asunto de política municipal, de modo que para abrir un prostíbulo tenían que pagar una serie de impuestos, nada había de misterioso. Marcelle Barriére, Alice Rivera, fueron algunas de ellas. Había otros prostíbulos muy famosos como El Elegante, de Pichincha 105, hoy un hotel que fue fruto de una serie de problemas municipales porque fue de los últimos que se trasladaron, y uno de los lugares donde se produjo una huelga de prostitutas en la década del 30. El Moulin Rouge de monumental ornamentación, el primero que funcionó como “casa de pensión para mujeres” prostitutas, claro, de Elena Zelzer, Jujuy 2951-81, que podía llegar a albergar hasta 36 mujeres, allí se utilizaba el sistema de alquiler por pieza,(desde 1918) el segundo que llevó adelante el sistema era el Royal Suipacha 150.
En los relatos que figura mi abuelo Emilio Alegria, no son como se describen, si bién es verdad que poseía varios prostíbulos nunca fue «pobre» al contrario poseía varias propiedades como la de la esquina de Corrientes y San Luis entre otras.
Me pareció muy interesante, sobre todo porque busco información sobre los italianos en Rosario entre 1900 y1912 aproximadamente, en que mis abuelos llegaron y viveron allí. Es posible conocer el nombre de las personas censadas? donde? Gracias por atenderme. Atte: Susana.