El espíritu prostibulario sigue en pie

Conventillo de Rosario
Fotografía un típico conventillo rosarino (Rosario de Satanás)

La imagen prostibularia que la Municipalidad reeditó el último fin de semana como ícono de Pichincha no quedó anclada en el pasado. Sigue tan vigente como en los años de la Chicago Argentina. Y no sólo eso, los vecinos de la zona creen que, aunque aggiornadas, hoy hay muchas más casas de citas que antes. Las típicas viviendas chorizo del barrio albergan muebles modernos con chicas muy jóvenes (e instruidas) que ofrecen sexo promocionado básicamente en avisos clasificados e internet. Otro dato posiciona claramente a este sector como el rincón de los lupanares vernáculos. De los cerca de 10 negocios habilitados legalmente como cabarets y whiskerías que hay en Rosario, cinco eligieron Pichincha. 
Para retratar un vieja postal, la Municipalidad apeló el domingo pasado a la historia rosarina de los albores del siglo XX, y se encendió la polémica. “Pero hoy sucede lo mismo”, dijo a este diario uno de los vecinos de la zona, Eugenio Pereyra.

A los residentes del barrio, tampoco se les escapa que posiblemente la explotación de mujeres también tenga hoy su correlato. Aunque, a juzgar por la demanda de chicas para trabajar en los llamados “privados” y las suculentas propuestas económicas, ellas acceden de motu proprio.

La simbólica refundación de Pichincha como República cosechó críticas por el modo en que la Municipalidad recreó la tradición prostibularia y artística. Mientras algunos vecinos coincidieron en decir que no se puede mostrar solamente la cuestión degradante de la opresión a la que fueron sometidas las mujeres, otros remarcaron que no hay que negar el pasado del barrio. Y desde la Secretaría de Cultura municipal rescataron el “alto nivel histórico” de las escenas, pero reconocieron que, dado el debate, se contemplaría incorporar un cierre artístico que refleje el movimiento de liberación de las prostitutas.

Para lanzar el nuevo perfil que se intenta dar a Pichincha, la Intendencia había organizado visitas guiadas por los ex prostíbulos y milongas, y proyectado filmes. Hubo actores con trajes de época recordando a los inmigrantes, autos antiguos y hasta vendedores de empanadas que coparon las calles en una suerte de túnel del tiempo. No faltaron policías, bataclanas y rufianes y, en la puerta del mítico burdel Madame Safó, su dueña hasta invitó a conocerlo.

En este contexto, durante las últimas semanas, los habitantes de Pichincha volvieron al ruedo al enfatizar sus críticas al municipio por el cariz (según ellos, molesto) que le pretende imprimir al barrio: un sector donde convivan bares, boliches bailables, restaurantes y cabarets; una mezcla que les crispa los ánimos.

Durante la década del 90 cuando sonó con vehemenia la frase: “Ramal que para, ramal que cierra”, el barrio entró en una debacle. Los negocios cerraron sus puertas al compás de la desaparición del movimiento en la estación ferroviaria Rosario Norte. La crisis sumergió al barrio generando desocupación, terrenos baldíos y galpones en desuso.

Recién, con los años y con una incipiente prosperidad económica, la Municipalidad comenzó a ocuparse de impulsar un desarrollo urbanístico del lugar.

Las devaluadas whiskerías que quedaban como resabios del pasado prostibulario empezaron a resurgir y otros negocios del rubro se afincaron en la zona.

Así, bares y confiterías bailables eligieron esa lugar de radicación que la Intendencia promovió como zona prioritaria.

“Desde hace unos años, por lo menos seis, la gestión municipal señaló arbitrariamente a este barrio como el lugar de la joda rosarina y lo materializó con habilitaciones salvajes y absoluto descontrol”, dijo una vecina.

Los referentes barriales confiesan que deben soportar el aluvión de unas diez mil almas en busca de diversión. Por las noches, de jueves a sábado, el corazón histórico del barrio se convulsiona. Música, gritos, autos, alcohol y peleas, sin contar los desechos biológicos esparcidos en umbrales y veredas.

“Y como si esto fuera poco contamos con muy poco control policial, de la Guardia Urbana Municipal (GUM) e inspectores municipales. Los vecinos queremos tranquilidad, calidad de vida, que no habiliten más boliches, y a los que están que se les hagan cumplir todas las normas de habilitación vigentes, y si no que los cierren”, se quejó Ana María del Río en una carta enviada a este medio.

Sin embargo, la actividad emparentada con la música y el baile va en crecimiento. En la actualidad, la zona comprendida por bulevar Oroño, San Nicolás, Tucumán y el río contiene dos cabarets y whiskerías, habilitadas por la Intendencia, en Callao 76 bis (El Escondite) y Salta 3519 (Fosse). Aunque, se iniciaron los trámites correspondientes para otros dos locales del rubro en Callao 125 bis (allí funcionó El Monito y en pocas semanas abrirá La Rosa), y San Nicolás y Salta, según se informó la Municipalidad desde donde no se hizo mención a la whiskería Búho (Salta esquina Cafferata) que se encuentra en plena actividad. Al menos eso confirmaron los vecinos.

La zona alberga también a 16 bares con amenización musical, el 27 por ciento de los instalados en toda la ciudad donde hay unos 60.

Pero además Pichincha cuenta con 4 confiterías bailables, mientras que desde el sitio de espectáculos musicales Willie Dixon (Suipacha y Güemes) ya se solicitó convertirlo en un boliche.

Por otro lado, el barrio tiene dos cantinas; espacios donde se puede cenar, bailar y ver shows.

Con tanto esparcimiento, este rincón geográfico rosarino ha ganado fama a nivel nacional. Así como el público de Buenos Aires se tomaba el tren a Rosario Norte para visitar los burdeles del siglo pasado, la moda de algunos jóvenes porteños pasa hoy por venir los fines de semana a Pichincha, con la misma intención que sus antepasados.

Por el derecho básico de dormir

por Ana Maria Margarit
Docente de la UNR y vecina

El problema principal por el cual el barrio reclama desde hace tiempo, por lo menos cinco años a esta parte, radica en la instalación de boliches y en la movida nocturna sin control que se intensifica constantemente.

El reclamo es básico: está demostrado que el vecindario no puede dormir mientras estas actividades se desarrollan puesto que las medianeras, los techos y las ventanas no resisten los tremendos decibeles de los equipos de música, las bandas en vivo y la circulación de grandes cantidades de personas en situación de diversión nocturna.

Las respuestas que han dado las gestiones municipales del socialismo a estos clamores ciudadanos han sido, hasta ahora, enervantes: con una cara y un discurso dicen que sí, que van a controlar. Pero con otra cara y otro discurso ponen la firma en nuevas habilitaciones, desarrollan políticas públicas de promoción de locales nocturnos mal disimulados en el proyecto especial Pichincha y condimentan esta trayectoria con eventos de dudosa raigambre cultural como la reciente declaración de la República de Pichincha, invento de utilería, muy fulgurante para las bambalinas turísticas pero no para la construcción de un consenso de convivencia en este vapuleado escenario.

A estos reclamos se suma también la urgente atención que requiere este sector de la ciudad donde en las madrugadas de los días de fin de semana queda el tendal de la estampida nocturna y donde a la Municipalidad, hasta el momento, no se le ha ocurrido mandar un refuerzo, tener un gesto de atención, una mirada comprensiva.

Ya pesa sobre el barrio la sentencia de la cultura oficial: “Nunca será un barrio común”, decidieron. Parece que el imperdonable olvido de lo que pasaba con las mujeres en situación de esclavitud y pupilaje en ese pasado de prostitución, rufianes y mafias en Pichincha ha desatado un saludable debate en la ciudad, debate que no sólo rescata el grito rebelde de Raquel Liberman, sino también posa la mirada y se pregunta sobre el vivo presente de algunas prácticas de servicios sexuales.

Todos los resortes legales para una Pichincha y una ciudad más civilizada, sobre todo donde se asegure el derecho básico a dormir, existen y están vigentes. Si tan solo se asegurara el cumplimiento pleno y sin trampas de todas las ordenanzas se podría vivir en un barrio sin agresiones ni mezquindades. Y otro sería el humor de la gente.

Las dos caras del Barrio

por Rafael Ielpi
Periodista, escritor y director del Centro Cultural Bernardino Rivadavia

Si hay algo que no se puede hacer con la historia, es borrarla. Por eso, las distintas investigaciones encaradas en Rosario desde hace 30 años sobre el barrio Pichincha no pudieron eludir la condición prostibularia que el mismo detentó sobre todo desde 1915 en adelante, hasta la promulgación de la ordenanza Nº7 de 1932, que determinó el cierre de los quilombos, como se los conoció y denominó popularmente. No era para menos si se piensa que en el reducido radio que constituía el corazón del barrio aledaño a la estación Sunchales (luego Rosario Norte) se sucedían, casi uno al lado de otro, una serie de este tipo de establecimientos, de distintas características y tarifas, con varios nombres de reminiscencias francesas como Madame Safó, Moulin Rouge, Petit Trianón, Chantecler, Chavannes y otros como El Elegante, Venecia, Italia, España, Mina de Oro, Royal, Marconi, El Gato Negro, Torino, Internacional, Victoria, Sevilla, junto a los “clandestinos”, que carecían de nomenclatura pero no de clientela. Variopinta y funambulesca, la escenografía nocturna del barrio presidió muchos años su vida y costumbres, ocultando de ese modo otros aspectos sin duda reales: la explotación inicua de las mujeres que ejercían la prostitución en esos locales, regenteados por una férrea organización de tratantes de blancas, con la complicidad de funcionarios, jueces, políticos y policías, y la condición de barrio de trabajo, presidido por la estación ferroviaria, por la que llegaron a la ciudad no sólo los inmigrantes, sino también la migración interna y los cientos de miles de peones “golondrinas” que llegaban para trabajar en las cosechas. La impronta de la “mala vida” iba a signar entonces a Pichincha y es por ello que (sin apologías que nadie en su sano juicio pretendería) han perdurado mucho más la módica fama del Paisano Díaz o la de la misteriosa Madame Safó que los nombres de los vecinos que, día a día, iban construyendo paralelamente las bases de la ciudad de nuestros días. Pichincha debe ser, por eso, vista desde el rastreo investigativo con sus luces y sombras porque esa es la tarea de la historia: hacer que la futilidad, la minucia, la trivialidad o el dramatismo y la profundidad del transcurrir de una ciudad queden resguardados en toda su insignificancia o en todo su esplendor.

Distintas postales bajo el signo de la prostitución

La oferta de sexo cambia a la par de las costumbres argentinas. De la vieja postal de los antiguos “piringundines” que en la época de la Chicago Argentina coparon Pichincha a hoy, los encuentros íntimos han mutado de forma tantas veces como la moda. Con sólo levantar el teléfono se puede saber cuánto cobran “el servicio” los denominados “privados”, que no son otra cosa que departamentos donde el sexo pago espera detrás de la puerta. Los precios son tan variables como las propuestas, pero rondan entre los 20 y los 120 pesos, según lo que desee el “cliente”. Un sistema que garantiza la privacidad y que ni siquiera está penado por la ley.

La prostitución es una verdadera industria sin chimeneas. Sin ir más lejos, en Pichincha, los “privados” se ubican a razón de dos por cuadra. Generalmente en casas comunes, edificios bajos y departamentos de pasillo. Todo un mundo que se puede otear por la mirilla de los clasificados.

En la edición del domingo pasado de La Capital, de 60 avisos en el rubro 1.606 (empleados de empresas de servicios), 36 ofrecían un futuro laboral para ejercer la prostitución.

La mayoría de los avisos propone pagar de 8 mil a 6 mil pesos mensuales a las meretrices y otros aclaran que son turnos de 6 horas. “Chicas para privado”, “Ganancias sin descuento”, “Opción vivienda”, “Pagos diarios”, son algunos de los anzuelos para enganchar a las trabajadoras sexuales. En diálogo telefónico con La Capital, una de las chicas confesó que llega a ganar unos 200 pesos por día. Todo depende del porcentaje que tengan que dejar a las “madamas” o los responsables de “regentear” el lugar.
Según los vecinos consultados por este diario, los “timbres” donde hay oferta sexual se expanden a razón de dos por cuadra. Incluso en Ovidio Lagos entre avenida del Valle y Güemes habría tres.

En la zona estos servicios se prestan básicamente en pequeñas casas o en departamentos de pasillo, del tipo chorizo. Una alta concentración a comparación de otros sectores de la ciudad donde el negocio está más expandido, a excepción de los alrededores de la Terminal de Omnibus Mariano Moreno.

Los clasificados sirven como mapa de ruta. Detrás de “colas infartantes”, “chicas fogosas” o “conejitas”, una voz en el teléfono da las tarifas: “bucal, vaginal, anal y completo”.

Vía | Diario La Capital – 27 de agosto de 2016

1 Comentario

  • Soy agente de viajes y una apasionada por Rosario y su historia,
    en particular por la de este barrio tan peculiar. Poseo un
    microemprendimiento de Turismo Receptivo en donde uno de los
    circuitos es justamente por Pichincha, mi sueño no es solamente
    trabajar en turismo sino llegar algún día a ingresar en la
    municipalidad con un proyecto de restauración y preservación del
    patrimonio historico arquitectonico que este Barrio posee.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.